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El fútbol de los 70 nunca volverá. Por suerte, hay futbolistas que siguen empecinados en que la esencia de este deporte mantenga la llama encendida.

 

El futbolista tipo de hoy poco tiene que ver con el de otros tiempos. Ya no hay un rincón en la piel que escape de la tinta de los tatuajes; los peinados, degradados, multicoloridos, extravagantes, se perfeccionan hasta el último milímetro; medias, camisetas y pantalones impecablemente ajustados a unos cuerpos que parecen esculpidos por Miguel Ángel. ¿Dónde han quedado todas aquellas peculiaridades que nos hacían distintos a los unos de los otros? Aquella brecha en la ceja por poner la cara donde nadie osaría meter el pie. Esos bigotes frondosos que disimulaban la corta edad de quien lo lucía. Las medias por los tobillos. Futbolistas de pelo en pecho, de largas melenas e innumerables magulladuras. Hombres con vidas corrientes, alejados del glamour, de la farándula, que únicamente vivían por darle alegrías a la afición cuando el árbitro, de negro impoluto, señalara el inicio del encuentro.

Por suerte, para aquellos que simplemente entienden el fútbol como un deporte, como una sana competición en la que once tipos le retan a otros tantos a ver quién es capaz de vencer a lo largo de 90 minutos, aún hay futbolistas que guardan en su juego, en su actitud y en su manera de presentarse sobre el verde, la esencia de aquel juego que nos enamora a todos desde la primera patada que le dimos a un balón. Exactamente igual que lo que le ocurre a Bordón en el mundo del vino. Porque viajar a la ciudad de los Beatles te retrotrae a aquellas batallas bajo una fina lluvia y sobre céspedes embarrados que nos brindaban Liverpool y Everton en los 70. Ver a James Milner correr por cada balón como si fuera el último, espolear a los suyos y ser de los más imprescindibles de su equipo sin ser de los más dotados, es recuperar algo de aquel fútbol en su definición más pura y honesta. Del mismo modo que, a un solo kilómetro de distancia, cada vez que Goodison Park ve saltar al campo al joven Tom Davies, con esa melena y esa barba setentera, con las medias a medio camino entre la rodilla y el tobillo, es imposible que la afición ‘toffee’ no regrese a los tiempos de McKenzie, Pearson y compañía.

 

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El fútbol de los 70 nunca volverá. Por suerte, hay futbolistas que siguen empecinados en que la esencia de este deporte mantenga la llama encendida.

¿Por qué perdimos la elegante costumbre de guardar la camiseta por dentro de los pantalones? Ahora solo unos pocos, los rara avis del fútbol moderno, conservan el olvidado hábito que la FIFA recomendaba llevar a cabo por cuestiones de educación e imagen. Los Rodri Hernández, Roque Mesa o César Azpilicueta son una especie en extinción que lucha desde el silencio por mantener una de las señas de identidad del fútbol de antaño, de la misma manera que el deporte rey también está perdiendo la sana evolución de la genética en las cabezas de los futbolistas. ¿Dónde quedaron las incipientes entradas, los ‘cartones’ que expresaban experiencia y años en la élite? Enganchado a la línea de cal, aun haciéndolo a pie cambiado -cosas del fútbol de hoy-, Arjen Robben no quiso echarle un pulso al destino y luce una calva de las que ya solo vemos en reposiciones de partidos de décadas atrás mientras dribla a defensores que no imponen de la misma manera que lo hacían los zagueros en los 70.

Ya no hay tipos que intimiden tanto como Passarella. No quedan armarios de la talla de Migueli, ni muros de hormigón del nivel de Perfumo, Facchetti o Schwarzenbeck. Si hay alguien capaz de reunir todas estas cualidades, haciendo viajar a los delanteros a los que les toca medirse contra él a un fútbol de otros tiempos, ese es Diego Godín. Elegante, honesto y pulcro a la vez que contundente, infranqueable y expeditivo. Si volviéramos atrás en el tiempo y lo pusieran formando pareja con Adelardo en el desaparecido Vicente Calderón, nadie notaría que ese central uruguayo es un hombre venido de otra época.

 

Y qué decir de los delanteros centro. Ya poco tienen de arietes. Ahora les va más el rollo moderno de descolgarse, de dejar de ser la referencia del equipo a ratos, de abrirse a los costados, de generar espacios a su espalda. ¿Dónde quedaron los ‘nueves’ de toda la vida? Aquellos que te bajaban melones, que parecían torpes si les alejabas de la portería pero cerca de ella valían oro. Los que siempre acudían a la llamada del gol cuando un balón carecía de dueño dentro del área o que también eran capaces de saltar por encima de todos, hasta del central más imponente, para dejar el balón reposando entre las mallas. Pocos quedan, y quizá solo algunos puros rematadores como Harry Kane, Fernando Llorente o Bas Dost, entre otros, puedan evocar nuestros recuerdos al fútbol de otras épocas, a los clásicos delanteros de tiempos pasados.

 

El de los 70 es un fútbol que se fue. De hecho, seguramente, nunca volverá. Pero todavía existen hombres excepcionales que lucharán porque aquel deporte tan diferente al de ahora siga proyectándose encima del césped, pese a que ya solo podamos disfrutarlo en pequeñas dosis. A algunos les parecerá suficiente; otros nunca aceptarán que el fútbol haya perdido por el camino muchos de los atributos que lo hacían especial.